La mujer del malón, publicada por Random House, es la novedad del siempre brillante Daniel Guebel. Una novela de lectura voraz por su estilo llano, directo e hilarante. A través de sus páginas, la historia de la zanja de Alsina es el marco adecuado para que suceda "una historia de amor y de reivindicación del poder femenino". Hitos políticos e históricos colorean la base de una novela de lectura inevitable.
Por Dante Galdona
El escritor Daniel Guebel acaba de publicar La mujer del malón, una novela en la que oficia de protagonista Adolfo Alsina, creador de la histórica zanja que llevó su nombre. Plagada de ironías en todas las referencias históricas que motivan la trama, la historia se lee de un tirón y deja lugar para la risa y la reflexión política e histórica. Aclara que no deja de ser “una historia de amor y una reivindicación del poder femenino”. En exclusiva con LA CAPITAL, Daniel Guebel reflexiona sobre su libro.
-¿Por qué elegiste a Alsina como personaje?
-Balzac escribió la Comedia Humana y yo decidí escribir 27 novelas, y que sus protagonistas lo fueran de la historia argentina y tuvieran por apellido cada letra del alfabeto. Empecé por Alsina. Ahora viene Belgrano, después Castelli, y así. Tengo problemas con la X y la W. Por supuesto, no hay que creerme. La elección fue así: venía pensando en dos cuentos de Kafka, el de la muralla china y el de la madriguera (que es el último que Kafka escribió, murió mientras lo estaba escribiendo y quedó incompleto y sin corregir, perfecto). Un día, estaba escuchando por You Tube una de esas charlas de Alejandro Dolina (es vecino mío) mientras lavaba los platos. Dolina contaba algún episodio nacional y citó una frase de Julio A. Roca que, refiriéndose a la idea de Alsina de cavar una zanja para evitar que los indios en malón arrearan vacas y caballos para sus tolderías, decía algo así como “este tarado de Alsina quiere hacer la muralla china, pero invertida”. Ahí se me prendió la lamparita: condensó lo más cercano y lo más distante en una sola imagen, poder y megalomanía. Porque apenas empecé a escribir la novela, mientras buscaba algún otro dato histórico, me enteré de que el proyecto inicial de Alsina era hacer una zanja que fuera desde el Pacífico hasta el Atlántico. Por lo que Roca había entendido bien lo desmesurado del proyecto. Por otra parte, hacía rato que, por vías del bullrichismo enardecido de ayer, hoy y siempre, andaba el tema de los mapuches y las reivindicaciones territoriales enfrentadas, las discusiones sobre la nacionalidad, la legitimidad o ilegitimidad de la campaña al desierto, etcétera, y el modo en que ese esquema de particiones se reproduce hasta el presente. Y por último, algo gracioso. Cuando estaba terminando de escribir el libro empecé a pensar en que alguien, antes, ya había escrito una novela sobre el tema. De golpe, me acordé: En esa época, de Sergio Bizzio. Le avisé a Bizzio, claro. Igual, en su zanja, el protagonista es un plato volador enterrado y sus habitantes, marcianos.
-La muralla que construyeron los aborígenes no es un hito tan conocido como la zanja de Alsina. ¿Por qué creés?
-Yo tampoco lo sabía. Lo pensé como un ejercicio de poder-contrapoder. “Si los blancos hacen un pozo, nosotros levantaremos una muralla”. La forma en que distintas civilizaciones operan por máxima diferenciación y máxima semejanza, en espejo inconciliable. Recordarán que a las indias, los blancos las llamaban chinas, o chinitas. Así que en mi novela los indios hacen simulacros de murallas chinas para defenderse de los blancos, a quienes legítimamente piensan como bárbaros y destructores de su civilización y su cultura. En mi novela, el indio es la otredad absoluta, la pura potencia y el misterio. Hasta hace unos días, creía que las murallas o túmulos de mi novela eran un invento mío, pero alguien me mandó fotos de unos que hay en Uruguay, llamados cerros indios, que son patrimonio histórico nacional uruguayo, y que los pueblos originarios levantaban con fines múltiples, como lugares de encuentro, de festicholas y de entierro. En nuestro país también los había y los hicieron puré, como todo en la Argentina.
-En ese sentido, decís que los indios empezaron a proteger sus excedentes como producto de un tipo de acumulación capitalista. ¿Una ironía de la historia?
-Sin duda. La lógica de la acumulación es la conservación del excedente propio y la apropiación del excedente ajeno por vía de la violencia. La guerra es, básicamente, la exportación de una crisis propia y el deseo de la captura del bien, que literariamente y físicamente se convierte en objeto de deseo. Y el deseo de revancha y de recuperación de lo perdido funda a las naciones y a los héroes, que secretamente desean buena parte de lo que destruyen. Al indio se lo mata y a la india se la coge. Y a la inversa. El gaucho es la fórmula de resolución de esa pulsión criminal y exogámica.
-¿Por qué creés que nunca se llegó a un sincretismo entre aborígenes y criollos, o al menos a una convivencia pacífica?
-¿Cómo que no? El sincretismo existió y existe, sólo los nazis y los xenófobos se niegan a admitirlo. Lo que ahora podríamos llamar “población local” es mayoritariamente fruto de esa mixtura. El Martin Fierro registra la presencia de población de color y de italianos, también, y no descarto la posibilidad de la presencia de chinos (de China), etcétera. No soy sociólogo ni historiador ni antropólogo, pero creo que no existía la posibilidad de convivencia pacífica debido a dos motivos: la expansión de la frontera agrícola-ganadera de los terratenientes del naciente Estado argentino con fines de exportación, suponía el reparto y la privatización de territorios que los indios, algo más nómades, consideraban propios. Hubo negociaciones y tratados, todo el tiempo. Pero, según cuenta el comandante Manuel Prado en La guerra al malón, no hubo tratado ni acuerdo que, una vez firmado, el Estado argentino respetara. Los malones, entonces, eran también un recurso político, un ejercicio de reclamo.
-¿Cómo se construye una novela como ésta, con personajes reales, con elementos de la historia, pero con el cuasi fantástico y la sátira, con esos diálogos tan delirantes y a la vez verosímiles?
-¿Cómo? Así. Y con esas migajitas de información y recuerdos y asociaciones que ya fui desparramando. ¡No olvidemos que también es una historia de amor y una reivindicación del poder femenino!
-¿Cómo ves la actualidad de la literatura en Argentina? ¿Hay una renovación? ¿Quiénes son los grandes escritores de hoy?
-Sin duda, aparecen nuevos autores todo el tiempo. Muchos más de los que puedo leer. Por lo tanto, no puedo hacer una lectura de actualidad, como podría hacerlo un crítico que quiere trazar un campo particular, establecer rankings, cánones, etcétera. Más bien, leo lo que necesito para escribir lo que estoy escribiendo, soy un lector dirigido. Claro que también leo libros por azar o por recomendación. ¿Grandes escritores de hoy? “Yo tengo tantos hermanos, que no los puedo contar, en el valle, la montaña, en la pampa y en el mar…”
-¿El contexto político está influyendo en la literatura?
-El otro día un editor me decía: “Si se te ocurre una novela con Milei, avisame”. Le contesté: “Estoy escribiendo una novela que pasa en China. Voy a hacer que el Emperador hable con sus dragones muertos. ¿Te sirve?”. Infelizmente, esa novela murió. Sí, puede ser que el contexto político influya en la literatura, pero no por necesidad ocurre de manera inmediata. La realidad político-social opera en la literatura de manera borrosa, escurridiza, cuando es interesante. Y cuando leemos un libro que parece haber anticipado algo, lo que ocurrió es que su autor supo percibir signos no tan visibles.